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Periodismo para la gente

1968: El año en que naciste

1968: El año en que naciste

El año en que tus ojos vieron la luz fue otro más en que el autoritarismo político caminó por los pasillos del poder. Y esto ocurrió, aunque resulte difícil de creerlo, en casi todo el mundo y durante los doce meses.

Tienes mucha razón cuando afirmas que el objetivo del autoritarismo político es la ambición de poder, “la enfermedad del poder”, dijiste. Por él naciones completas se han odiado siglos enteros. El poder dejó en nuestras sociedades la herencia triste de que gracias a él todo estará ante nuestros pies. Y el resultado será siempre el mismo: aquello que llegue a nuestras vidas bajo el poder de la autoridad, nunca será bienvenido.

Varios grupos de personas, el año en que tú naciste, comprendieron ese mensaje. Y lo llevaron a la práctica levantándose contra el autoritarismo político. Y, en el peor de los casos, arriesgando su propia vida.

Las imágenes de enfrentamientos en las calles, que los periódicos de la época y las cámaras de la televisión captaron para el recuerdo, se las concibió como algo común del año en que tú naciste.

Varias protestas estudiantiles del Viejo Mundo estallaron en diferentes países. Los periódicos de la época recogen noticias desde Francia, Inglaterra, Beirut, Egipto, Turquía, Polonia, Grecia, Bélgica, Alemania, Italia, Portugal, India, Paquistán y Japón.

El Mayo francés fue un movimiento estudiantil que demandó a las autoridades mayor libertad política para expresarse y una reforma urgente a los planes obsoletos de estudio de las universidades del país, tal como dijeron al mundo.

Imagínate la locura cuerda que estos jóvenes buscaron: transformar las reglas incuestionables de la sociedad; reglas autoritarias que no soportaron el derecho a réplica.

Pero no olvidemos también que entre las demandas estudiantiles se había colado un hálito comunista que politizó a varios jóvenes del año en que naciste, y les hizo comprender que el hombre de ese tiempo, en su afán de progresar no miraba otra cosa que el deseo de vivir bien, sacrificando sus propios sueños, sin importarle a quién pisaba para lograrlo. Algo así como ya no busco lo que siempre quise ser y me convierto en lo que nunca quise, pero que me sirve para vivir. A esa forma de pensar la llamaron aquel tiempo «enajenación». Este egoísmo hizo perder en las personas el genio de reconocerse como seres humanos, capaces de construir algo mejor para todos. Esa individualización destruyó algunos valores.

 

En la ex Checoslovaquia, Alexander Dubcek, primer secretario del Partido Comunista, trató llevar a la práctica un socialismo con rostro humano, más abierto a las libertades democráticas y económicas dentro del régimen socialista. Pero las tropas del Pacto de Varsovia, lideradas por la ex Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, excepto Rumania, invadieron Praga la madrugada el 20 de agosto, con tanques armados hasta los dientes.

Su fin, imponer autoridad. A este hecho que la historia le llama el fin de la Primavera de Praga, había comenzado en enero del año en que tú naciste. Frente a la ocupación militar, obreros y estudiantes reaccionaron con movilizaciones y huelgas.

 

En Estados Unidos, los jóvenes universitarios gritaban a coro consignas contra la intervención militar de este país en la Guerra de Vietnam. Las agencias de noticias demostraron la brutalidad con que actuó el ejército estadounidense en esta guerra.

Estados Unidos libraba las campañas primarias para la Presidencia de la República. En junio asesinaron al candidato demócrata Robert Kennedy, hermano menor de JFK, quien dejó para la historia una hermosa frase: «No preguntes qué puede hacer tu país por ti; pregúntate qué puedes hacer tú por tu país».

La sociedad estadounidense se debatía también en una crisis racista, donde unos querían que los negros sigan en su sitio por el resto de los siglos. En cambio, éstos luchaban porque se cumplan sus derechos civiles conquistados con el derecho al sufragio cinco años antes. De esa época es el discurso I have a dream del reverendo Martin Luther King, pronunciado en 1963, frente a miles de personas, justo a lado del monumento al presidente Lincoln.

«Tengo un sueño. Que algún día esta Nación se levantará y vivirá el verdadero significado de su credo: Afirmamos que estas verdades son evidentes por sí mismas y que todos los hombres fueron creados iguales…»

Esa mañana, la gente se había reunido para marchar en Washington exigiendo trabajo y libertad. Y yo creo que en cada palabra pronunciada por Luther King había otra demanda que perdura hasta el día de hoy: dignidad; el derecho a ser incluidos en un sistema social, al que ellos reconocían como suyo. No querían aislarse, no querían un país para ellos, querían que se los llame también estadounidenses.

La demanda había comenzado a principios de los años ’60. Y sus opositores racistas creyeron terminarla el día en que asesinaron a Luther King, aquel 4 de abril del año en que tú naciste, poco después de que el reverendo había cumplido los treinta y nueve.

Mira lo que son las cosas: cuarenta años más tarde, Barack Obama, un político de color, de origen africano, el símbolo de un rechazo todavía real en Estados Unidos, es elegido nada menos que su Presidente.

La portada del miércoles 5 de noviembre pasado de El Periódico, de Cataluña-España, es más que sugestiva al mostrar en toda ella el rostro de Martin Luther King con una leyenda al pie que dice: “Pendientes de un sueño”.

 

La historia nos cuenta que Estados Unidos demostró también actitudes autoritarias respecto a Latinoamérica. El objetivo principal de este país –escribe Gabriel García Márquez en Entrevista con Philiph Agee– “era que los países de América Latina rompieran relaciones con Cuba, hasta su aislamiento total. Para conseguirlo promovieron golpes de Estado, desórdenes públicos, huelgas pagadas y represiones sangrientas de protestas populares y estudiantiles. Enriquecieron a los partidos de derecha, corrompieron a los reformistas e instauraron por último el imperio de los gorilas. Las universidades fueron centros fáciles de agitación y provocación”.

 

Estudiantes de varios países de América Latina, influidos por el movimiento francés, protestaron de manera pública (exigiendo sus respectivas demandas) contra los gobiernos de sus países. La respuesta fue casi la misma en todas: cuerpos policiales reprimieron a los estudiantes. Dispararon gases lacrimógenos y balas de verdad. Los estudiantes, en su defensa, lanzaron piedras, ladrillos, bombas molotov y hasta zapatos.

El fenómeno de las protestas estudiantiles europeas, que salpicó a Estados Unidos, llegó a México; y como si se tratase de la corriente de un río al que nada puede detenerlo, siguió su curso hacia Panamá, Colombia, Brasil, Ecuador, Perú, Argentina, Chile, Bolivia y Uruguay.

 En todos estos países ocurrió lo mismo que en Europa: represión por parte de los respectivos cuerpos policiales de cada país, antecedidos por discursos autoritarios de los presidentes de la República.

Jorge Pacheco, presidente de Uruguay, decretó en junio del año en que naciste estado de sitio, prohibió las manifestaciones públicas, las huelgas y censuró a la prensa.

Los trabajadores del país se levantaron contra el congelamiento de salarios con huelgas movilizadas, seguidos de protestas estudiantiles. Hasta el día de hoy recuerdan a Líber Arce, estudiante de Odontología, de 29 años, que recibió un balazo en la espalda por parte de un policía, el 14 de agosto del año en que naciste.

El presidente colombiano, Carlos Lleras Restrepo, frente a varias movilizaciones estudiantiles de su país dijo que no iba a permitir “el deporte de las huelgas”. En varios departamentos las protestas habían estallado, pese al estado de sitio decretado meses antes.

Los ojos del mundo estaban también en México. En octubre se inauguraron los Juegos Olímpicos. Pero la huelga estudiantil, que había comenzado en agosto, era un problema grueso para el presidente Gustavo Díaz-Ordaz Bolaños.

Los estudiantes, que demandaban al Gobierno un alto a las violentas represiones policiales, exigían –entre otras demandas– un diálogo abierto con la radio, la televisión y la prensa escrita como testigos.

Sin embargo, el presidente Díaz-Ordaz lanzó su advertencia: “Hemos sido tolerantes hasta excesos criticados. Pero todo tiene un límite y no podemos permitir ya que se siga quebrantando irremisiblemente el orden jurídico, como a los ojos de todo el mundo ha venido sucediendo.”

Así, la mayor desgracia que ha quedado para la historia es la matanza de estudiantes mexicanos en la Plaza de las Tres Culturas, en Tlatelolco, aquella noche triste del miércoles 2 de octubre del año en que tú naciste. Este capítulo demanda una respuesta, pues hasta ahora no se sabe cuántos murieron aquel día, como tampoco se encarceló a nadie de los supuestos culpables.

 

Pero hubo de suceder algo más para que estudiantes, intelectuales, gente común y obreros, salgan a las calles del mundo a luchar por sus respectivas demandas: el cambio de modo de vida en la sociedad.

El caso de las mujeres, por ejemplo, es digno de admiración. Nació con ellas una nueva forma de concebir la vida: ingresaron al mundo del trabajo. Ya no eran las simples madres de familia que aguardaban al marido con el plato de comida servido sobre la mesa. No, ahora eran capaces también de asumir el riesgo de sus propias decisiones.

Estallaron el movimiento feminista, la liberación sexual, sus deseos de independencia y autonomía frente a un mundo machista que sólo las tenía como reproductoras de nuevas generaciones.

Las mujeres se dieron cuenta de que la ciencia estaba de su parte cuando se comenzó a vender, en 1960, la píldora anticonceptiva. Se estaba consolidando su derecho a decidir sobre su cuerpo y sexualidad.

Pero el año en que tú naciste, el 25 de julio para ser más exactos, el Papa Paolo VI publicó su famosa encíclica Humanae Vitae, con la que condenó el uso de los anticonceptivos. Pese a ello, la ciencia llevó a las farmacias del mundo otra píldora anticonceptiva, “la del día después”, que contradice las órdenes de la Iglesia Católica.

 

Los valores por los que se guiaba la sociedad cambiaron de color desde que terminó la Segunda Guerra Mundial. Los horrores de la Guerra influyeron en la forma de pensar de aquellos hijos cuyos padres habían ido a combatir a los campos de batalla. Nació en la sociedad joven un rechazo generalizado al autoritarismo, venga de donde venga y bajo cualquier circunstancia. Y lo expresaron en la música, en la forma de vestir y hasta en la forma de hablar.

Aquella generación de personas jóvenes del año en que tú naciste nos dejó la enseñanza feliz de que no hay mejor obra del ser humano que luchar por el derecho a la vida y por la necesidad de ser escuchados. Aquel año histórico tuviste la suerte de nacer, y te confieso que me hubiera gustado también.

1 comentario

Javier Garcés -

Interesante artículo, Ordóñez.
Felicidades...